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Red de Rol

La Biblioteca de Alejandría

Urlana, Lhiannan de 7ª Generación, Chiquilla de Ulther, Chiquillo de Gwenn

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Hoy me apetecía poneros un post algo diferente, y rebuscando entre mi disco duro me he encontrado con este relato, esta historia y trasfondo que escribí para el personaje de Vampiro que más he llegado a desarrollar a lo largo del tiempo y con el que más me siento identificado. Este relato que os pongo aquí corresponde al trasfondo previo del personaje antes de empezar a jugar las Crónicas de Transilvania (que, finalmente, se quedaron a medias :S).

Probablemente este sea uno de los dos o tres personajes que he llevado que me gustan más y con los que me siento más a gusto. Espero que os guste la historia, pero tened en cuenta que la escribí hace como tres o cuatro años y obviamente se nota en la narración y la escritura.

Sin más preámbulos, os presento a mi querida amiga inmortal: Urlana.


La aprendiz de druida:

En los oscuros y enigmáticos bosques de la tierra ahora conocida como Noruega, yo, Urlana, nací del vientre de Ulsra, mi madre. En lo más profundo del bosque, el círculo druídico se había congregado para mi alumbramiento. Mi nacimiento poseía un interés muy especial para toda la tribu, pues se trataba del primer hijo del jefe Ulther, mi padre, y el que debía convertirse en el nuevo jefe del poblado. Al salir mi diminuto cuerpo del ensangrentado vientre de mi madre, los gritos de dolor de la pobre se confundieron con los gritos de sorpresa de los demás asistentes al parto. Mala suerte para ellos. No nací varón, como hubiera deseado mi padre para preservar su legado en la tribu. Este pequeño detalle me condicionó para el resto de mi vida mortal, pues para la tribu, a pesar de ser una mujer y portar la semilla de nuevas vidas, no era el valiente y apuesto varón que todos deseaban.

Durante mis primeros años de existencia mis padres hicieron todo lo posible por educarme como una buena mujer del bosque. Mis tareas se limitaban a la recolección de frutos, la artesanía, la confección de ropajes para el frío invierno nórdico y demás tareas domésticas. Sin embargo, mi curiosidad por las actividades masculinas fue incrementándose con el tiempo. Al tomar conciencia de mi posición como hija legítima del jefe del círculo, hice todo lo posible por tomar parte en la vida religiosa de mi pueblo. Sin embargo, mi padre no opinaba del mismo modo, y cuando le suplicaba que me dejara asistir a las reuniones y a las ceremonias, él se negaba en rotundo, intentando negarme lo que por derecho me pertenecía.

Una noche conseguí escaparme del poblado y acudir en secreto a una de las ceremonias secretas que mi padre y el resto de druidas celebraban periódicamente. Lo que contemplé aquella noche en la arboleda habría aterrorizado a cualquier otra niña del mundo civilizado. Sin embargo, yo lo encontré muy estimulante. La sangre, el altar de piedra, el animal sacrificado en honor de La Diosa… todo me pareció fascinante. Sin embargo, uno de esos pequeños deslices creados por la casualidad quiso que mi presencia fuera descubierta por los hombres del poblado. Mi padre me observó con los ojos de alguien que siente una gran decepción, se acercó a mí y me llevó hasta el centro de la arboleda. El resto de druidas me observaban con odio, y a la vez con pesar. Pensé que había llegado el final, y que mi padre me castigaría severamente por mi atrevimiento. En vez de ello, me hizo un gesto de aprobación y proclamó abiertamente al resto del círculo druídico que yo me convertiría en su sucesora, y que sería la primera mujer druida que habitara en nuestras tierras. Y quizás también la última. Mi padre se me acercó y me dijo al oído unas palabras que nunca olvidaré: “Que nadie te diga lo que debes ser en la vida, eso debes descubrirlo tú misma. Has sido muy valiente y estoy muy orgulloso de ti. Cuando estés preparada, te enseñaré un nuevo camino y tu vida cambiará para siempre. Mientras tanto, debes ser paciente”.

Mi madre no se lo tomó tan bien. Ella tenía otros planes para mí, y entre ellos se incluía mi matrimonio con el hijo varón del jefe de la tribu vecina. Según ella, con mi matrimonio fortaleceríamos la alianza de tribus. Sin embargo, yo seguía pensando en las enigmáticas palabras que mi padre me había dicho la noche anterior. A partir de ese momento, mi padre, que se negó a casarme con nadie por el momento, me llevaba todas las noches al círculo druídico y me enseñaba todo lo que hay que saber para convertirse en un druida. Los rituales, las palabras, la filosofía, la forma de vida… Me hizo ver un mundo nuevo que jamás hubiera conocido si no llego a estar aquella noche en el lugar equivocado. Durante un tiempo, los demás habitantes de mi poblado me miraban con desprecio, pero las palabras de ánimo de mi padre me hacían perseverar.

Crecía, y con el tiempo mi pueblo empezó a aceptarme. Supongo que se habían resignado a luchar contra lo que ya era inevitable: yo me convertiría en un druida y mi madre no parecía dispuesta a darle a mi padre un hijo varón. Cuando alcancé la mayoría de edad se celebró mi ceremonia de iniciación en el círculo druídico, y ya nadie dudaba de mi capacidad para iniciarme en los Misterios. Se me dijo que con el tiempo alcanzaría grados mayores en la jerarquía druídica, pero debía ser paciente. Es extraño, pues era la segunda vez que se me daba ese consejo. Mi padre pareció entristecido durante toda la ceremonia, y justo cuando se encontraba en el momento de mayor concentración, le observé alejarse discretamente de la arboleda. Me miró una última vez con una sonrisa e hizo un gesto afirmativo. Algo me decía que aquel día sería el último en que lo vería.

No me equivocaba. Al día siguiente, mi padre desapareció para siempre del poblado. Al principio la gente preguntaba dónde podría estar el jefe de la arboleda druídica, y por qué había abandonado a su pueblo de esa forma tan misteriosa. No obstante, al cabo de unas semanas, la gente dejó de preguntar. Irkrarr, uno de los druidas más antiguos de mi pueblo, tomó el mando en las ceremonias, y yo comencé a participar en ellas como uno más del grupo. Pasaron cinco largos inviernos en los que fui ascendiendo progresivamente en el círculo druídico. Se lo debía a mi padre. Él confió en mí, y yo no debía defraudarle. En cierto modo, en aquellos cinco años creí verle en numerosas ocasiones, aunque siempre fueron vagas sospechas. Sombras del bosque, malas pasadas de la mente y susurros en el aire. En algunas ocasiones, creí percibir la figura de mi padre escondida entre los árboles durante las ceremonias. Al final, llegué a pensar que de verdad me estaba observando, y por ello decidí actuar de la forma más sobresaliente posible. Algo me decía que la promesa que él me hizo hacía ya tantos años no se había cumplido aún. Y tenía razón, estaba a punto de descubrir un mundo completamente nuevo…

El Abrazo:

Al cumplir un cuarto de siglo, ya era una de los druidas más influyentes de mi pueblo, aunque poco a poco nuestro poder comenzaba a disminuir ante una nueva Fe que había irrumpido en Noruega: el Cristianismo. Nosotros intentamos mantener una relación de amistad con los nuevos cristianos, pero ellos llegaron a nuestra patria arrasando y exterminando a todo aquel que no tuviera su mismo credo. De este modo, nosotros nos dispusimos para la guerra.

Mientras todo esto ocurría, yo seguía pensando únicamente en mí y en mi futuro, de una manera muy egoísta, propia de la juventud. Una noche me encontraba acechando a unos ciervos en la que se había convertido en mi afició favorita: la caza. En un momento dado noté algo extraño en el ambiente. Muchos años en el bosque te hacen poseer ese sentido de supervivencia que sólo nosotros y los animales poseemos. Había algo extraño, algo sobrenatural en el bosque aquella noche. En cierto modo me sentí como la presa de otro cazador mucho más poderoso que yo. Esto me asustó, dado que me consideraba una de las mejores cazadoras de mi pueblo. Intenté de alguna forma anticiparme a los movimientos de mi observador, usando mi gran capacidad auditiva para ello.

Fue más rápido de lo que pensaba. Sin saber de dónde había salido, un hombre alto y fornido me había cogido del cuello y elevado por encima de él. Sus ojos rojos me parecieron los de un monstruo descontrolado, y en cierto modo no me equivocaba. Mientras yo me debatía por mi vida, la figura me soltó de repente y me lanzó contra un árbol. Se acercó lentamente a mí, que me encontraba humillada en el suelo, y empezó a carcajearse. Una risa demasiado familiar. Sin embargo, mis sentidos estaban algo embotados tras el golpe y no conseguía ver a mi atacante con claridad. De repente empezó a hablarme, y lo comprendí todo.

Lloré como una niña recién nacida mientras la voz de mi perdido padre me decía amablemente: “Nunca bajes la guardia, pequeña”, mientras reía profundamente. Me levanté enseguida, le abracé con todas mis fuerzas. Después de todo, hacía cinco inviernos que no sabía nada de él. Después le di una bofetada muy fuerte, que pareció no afectarle en absoluto. Continuó riéndose, mientras me explicaba que debía calmarme. Había venido para buscarme, y nunca más me abandonaría. Mientras le seguía abrazando, noté que llevaba todo el cuerpo tatuado con unos extraños símbolos, aunque en ese momento decidí no preguntar.

Cuando ya estuve algo tranquila, muchas preguntas comenzaron a asaltar mi mente e intenté que me respondiera a ellas, como porqué me había dejado sola durante tanto tiempo. No quiso hablar demasiado, aunque afirmó que deseaba observar mis progresos desde las sombras, sin intervenir en mi formación. Me volvió a decir que estaba orgulloso de mí, que había seguido correctamente el camino que él me había enseñado y que había demostrado con creces ser mucho mejor de lo que él había sido jamás. Sin embargo, me dijo, no había venido para felicitarme, sino para ayudarme a recorrer el final del camino que empecé a recorrer hacía ya tanto tiempo.

Le pregunté si me podía explicar de qué se trataba, pero me contestó que no podía explicarlo: tenía que experimentarlo. Me dijo que tendría la opción de elegir si seguir ese camino o permanecer en el estado en el que me encontraba ahora. Me advirtió de que el proceso sería doloroso, pero que descubriría todo un mundo nuevo. “¿Cómo la vez anterior?” le dije, entusiasmada. “Mucho mejor”, me contestó él con una clara sonrisa en los labios. Me explicó que sólo tendría que renunciar a ver jamás la luz del día y que tendría que modificar mis hábitos alimentarios. A cambio de ellos, obtendría la inmortalidad, y serviría a la Diosa de una forma mucho más profunda.

Durante un segundo lo pensé, porque siempre había adorado la vista del bosque al amanecer, pero tenía mucha curiosidad por conocer cuál era ese nuevo poder que mi padre me ofrecía. Le contesté afirmativamente, y antes de que me diera tiempo a reaccionar, mi padre estaba a mi lado y estaba mordiéndome el cuello. Noté como mi vida se escapaba, como mi padre utilizaba sus colmillos para succionarme mi esencia. El proceso fue realmente doloroso, como él me advirtió. Cuando acabó, mi cuerpo casi muerto cayó al suelo y empezó a estremecerse de dolor y angustia. Toda mi vida pasó delante de mí, todo lo alegre y todo lo triste, todos los momentos buenos y todas las desdichas. Apenas alcancé a ver la muñeca sangrante de mi padre acercándose a mi boca y dándome de beber. No quería, pero no tenía fuerzas para resistirme así que bebí. Mi corazón se detuvo. Lo noté porque en aquellos instantes el único ruido que podía percibir era el de mi excitado corazón. Pero yo continuaba viva. Enseguida se curó mi herida del cuello y me levanté del suelo impulsivamente. De repente lo que me rodeaba cobraba un nuevo significado. La realidad que yo siempre había creído verdadera se hizo “más palpable”, podía ver, oír, oler, tocar y degustar todo lo que me rodeaba a un nivel superior al de los hombres comunes. Mi padre me miraba con aprobación mientras yo lloraba de emoción ante los nuevos sonidos, vistas y olores que el bosque me proporcionaba. Era maravilloso.

Al poco tiempo, comencé a tener una sed inusual, pero no una sed de agua. Mi padre me dijo que lo que deseaba era sangre, y que a todos los seres como yo y él nos pasaba lo mismo. “Así que este era uno de los inconvenientes”, le dije a mi padre. Asintió con la cabeza y me indicó que siguiera mi caza. Cuando me hubiera alimentado debía volver a este mismo sitio, donde él me estaría esperando. Me advirtió que no debía matar al ser del cual me alimentara, puesto que ahora mismo sería perjudicial para mí. Le pregunté si era muy común alimentarse de otros seres humanos. Mi padre afirmó con pesar, y me hizo notar que, por desgracia, la sangre humana es la que mejor alimenta a los hijos de la Bruja. Así llamó a nuestra especie pero en aquel momento no podía pensar en aquello.

Sin perder más tiempo, partí al bosque y encontré enseguida a un reno, del cual me alimenté hasta quedar saciada. Intenté en la medida de lo posible no acabar con la vida del animal, lo que supuso un esfuerzo considerable. Mis sentidos superdotados me hicieron muy fác6il la cacería. Cuando volví, mi padre comenzó a explicarme en lo que me acababa de convertir. Era una hija de la Bruja, una misteriosa y oscura mujer que vagó por la tierra en los tiempos de la antigüedad y que creó a nuestra raza utilizando gotas de su propia sangre. Mi padre me informó de que en otras culturas, se nos conocía como Cainitas, mientras que los campesinos se limitaban a llamarnos vampiros. Me advirtió de que nunca debía olvidar mi verdadero origen, y que no debía creer a quien dijera que una figura mitológica conocida como Caín nos creó a todos. “Nosotros somos diferentes”, me dijo, “y por eso siempre estarás perseguida, incluso por los que son de tu especie. En todo este tiempo he viajado por otros reinos, y veo como cada día nuestra Fe y nuestra cultura es barrida por el Cristianismo. Debes tener en cuenta que nuestro linaje parte de la creencia en La Diosa como creadora del mundo, de la naturaleza, de la Madre Tierra. En este planteamiento, las mujeres jugáis un papel fundamental. Sois las únicas que podéis crear vida, y por ello sois peligrosas para el Cristianismo, una nueva Fe que concibe a la mujer como la causante de todas las maldades del mundo y al hombre como la salvación del mismo. Preveo que nuestra cultura druídica será aniquilada en pocos años, y debemos mantener nuestras costumbres y hacer que se transmitan hasta el futuro lejano. La mujer pierde terreno día a día, y solo tú y tus compañeras de linaje podréis evitar la aniquilación total de nuestra forma de vida. Yo te enseñaré durante estos años todo lo que necesitas para sobrevivir y adaptarte en este mundo. Te llevaré a ver otros lugares, comprenderás hasta qué punto sus gentes están corrompidas y te enseñaré a luchar contra su degradación desde las tinieblas. Pues es muy importante que jamás muestres tus orígenes a aquellos que no puedan compartir nuestras ideas. Ahora mismo la supervivencia es nuestra primera meta. Pronto llegará el día en que podamos descubrir nuestros verdaderos rostros al mundo. ¿Aceptas el honor que te concedo?”

Éxodo

Estaba confusa, pues en esos minutos había descubierto una nueva visión del mundo, mucho más amplia de lo que yo habría soñado jamás. Sabía que la vida que me esperaba estaría llena de peligros, de soledad y de continuas derrotas. Pero sabía que, con la ayuda de la Diosa, podríamos triunfar, y por ello decidí aceptar el honor que mi padre me había concedido al elegirme como su aprendiz. Desde ese momento, mi padre pasó a ser también mi sire, una expresión latina que significa “maestro”. Me informó de que debíamos viajar hacia el sur del mundo, hacia lugares llamados Italia, Castilla, Francia, Inglaterra, Germania y Transilvania. Allí aprendería las costumbres de los civilizados, aprendería a mezclarme entre ellos y sabría por dónde atacarles cuando llegara la hora de nuestra venganza. Era duro abandonar a mi pueblo, pero mi padre afirmó con tristeza que si me hubiera quedado allí, tarde o temprano los cristianos habrían acabado conmigo también. Ahora se me abría una nueva oportunidad, para aprender más sobre el mundo exterior y para alcanzar todo aquello que siempre había deseado.

Durante los dos años siguientes, visitamos todos aquellos países, observé las maravillas arquitectónicas que poblaban las cálidas noches del sur de Europa, aprendí a hablar alguna de sus lenguas, conocí los entresijos de la estructura cristiana, sus jerarquías, su poder y su alcance, y las formas de evitar que me pudieran perjudicar. También aprendí los poderes inherentes a mi nueva condición, con el tiempo controlé las fuerzas de la naturaleza para modificar mi propio cuerpo, aumentar mi fortaleza ante las adversidades y comprendí qué significaban los tatuajes que mi padre se inscribía a veces en su anciano cuerpo. Aprendí a crear estos tatuajes y utilizarlos para defenderme de mis enemigos utilizando el poder de la naturaleza.

En estos dos últimos años como una hija de la Bruja, inmortal y poderosa, he procurado siempre alimentarme de varones o de animales, pues debo respetar la vida de las mujeres en la medida de lo posible para evitar nuestra perdición final. Huir se ha convertido en nuestro modo de vida, y la supervivencia es fundamental para los que son como yo. Aún así, la curiosidad por conocer el mundo y lo que encierra sigue siendo bastante poderosa, lo que ha hecho que me viera envuelta en algún asunto embarazoso. Mi padre, mi sire, me recomienda que sea prudente. Tendré toda la eternidad para observar el mundo y sus constantes cambios. Esta es la tercera y última vez que me dicen que debo tener paciencia. Pronto llegará nuestra hora, y las mujeres recuperaremos el trono que los hombres nos han arrebatado a través de su falso Dios.

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Aquí os pongo una fotico de la idea que yo tenía de Urlana en aquella época... Se nota que acababa de ver la película King Arthur y me enamoré del personaje de Ginebra tal y como lo interpreta Keira Knightley... Supongo que Urlana tiene mucho que ver con ese personaje XDDD




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